Escrituras fronteras y nuevas dramaturgias
Nos gusta revisar el concepto de géneros literarios, nos gustan las escrituras frontera. Por eso reproducimos aquí el artículo de Eva Hibernia a propósito de la obra Sarab, de Albert Tola, que hace poco inauguró la temporada 2018/2019 del Teatre Akadèmia de Barcelona. Este artículo ha sido publicado en la revista Ovejas Muertas, un interesante foro que reúne varias secciones a propósito de la investigación y creación teatral y que es el órgano visible de El Colectivo del Texto.
MIRARSE EN EL ESPEJISMO: SARAB, de Albert Tola
El Teatre Akadèmia ha abierto su temporado con un estreno de teatro de autoría contemporánea. Se trata de Sarab, un hermoso, complejo e imaginativo texto de Albert Tola. Este autor ya mereció la atención de la dirección artística del teatro cuando en 2016 ganó con “Mala Nit” el Primer Premi del Festival Mikro Teatre. En esa ocasión sus cómplices también fueron la directora Andrea Segura y la actriz Alicia González Laa (a las que el texto de Sarab está dedicado, junto a las mujeres de la familia del autor). La temporada siguiente el equipo estrenó en el teatro “Yes, potser”, una traducción de Tola sobre el texto original de Marguerite Duras. Después de esta escalada de exhibición de un trabajo conjunto, realizado con rigor y con gran éxito en la recepción del público, resulta reconfortante que el teatro haya decidido co-producir y estrenar un texto singular, que despliega un imaginario íntimo, onírico y entrelaza, a la manera de los cuentos orientales, tres relatos que se espejean los unos en los otros.
Quien tenga la oportunidad de sumergirse en el texto de Sarab -y digo sumergirse porque es un texto que, sin mencionar explícitamente el agua está marcado por el signo de lo acuático, de lo líquido, de la superficie engañosamente reflectante de un material que desaparece cuando se lo toca- encontrará un texto que viene enmarcado por una breve acotación a la que le sigue un flujo de palabras que no nacen detrás de un nombre que las haga propias. En la primera línea de la acotación se nos anuncia lacónicamente: una actriz, o tres. Y aquí comienza uno de los desafíos y de las virtudes dimensionales que propone este texto, que puede ser entendido como un monólogo habitado de otras partes de la psique de quien habla, bien sean construcciones de quien desgrana el discurso para, gracias a esa multiplicidad, poder encontrar una coherencia interna, o como un monólogo interrumpido por voces del pasado que irrumpen encarnándose y apropiándose del discurso, o como la suma de tres monólogos nómadas, fragmentados, que aspiran a formar y conformar un diálogo, o como el viaje de una voz hacia las voces que la han precedido, o como... en realidad podría seguir formulando unas cuántas miradas desde donde leer este texto, ya que, como digo, tiene la maravillosa virtud de no anclarse en un punto de vista fijo sino, acuáticamente, abrirse en hologramas que permiten viajes escénicos muy distintos para contar las historia de esa mujer sin nombre que identifique sus palabras, pero conformada por el nombre que ha pasado de generación en generación, desde su abuela, a su madre, a ella misma: Blanca.
Sí, el nombre de Blanca es un misterio para su propia dueña, un misterio que se refleja en sus predecesoras, “páginas en blanco” de las que apenas sabe nada:
“ (…) A pesar de que tarda en hablar, pienso que esa vieja llega tarde. Aprieta tanto los labios que cuando pronuncia mi nombre, me parece que se le van a partir en pedazos:
-“Blanca” -dice.
Yo misma tengo los labios sellados por su influencia. Tiene que repetir mi nombre para que yo responda. No contesto, porque no me parece justo que mi madre pronuncie a estas alturas mi nombre. Mi nombre, que es también el suyo. Al fin lo dice:
-“Soy tu madre. He venido a cuidarte.”
(…) Se me ocurre preguntarle por su nombre, por si es el mismo, o sigue siendo el mismo. Por un momento pienso que quizás no tenga nombre, o que ya no lo tenga, o que no le quede ninguno.”
La voz que abre el flujo de las narrativas es una mujer en una hora y en una encrucijada específicas: está aguardando a su amante, hermano de su esposo, con la intención de fugarse juntos. Hay momentos en que, desde esa espera, se dirige a esa ausencia, la ausencia del hombre amado. Sin embargo esa tensa espera fructifica en la llegada de algo inesperado: en vez del sujeto de la pasión irrumpen las mujeres de su linaje marcadas también por una pasión que las ha puesto en los márgenes: de lo familiar, de lo social, pero ¿de lo personal?, ¿ha sido la pasión y la trasgresión a la que obliga un paso necesario para encontrar un lugar central en la intimidad y singularidad de estas mujeres?
La Blanca que está en la encrucijada comienza a escuchar -quizás a escucharse- en la voz de su madre y su abuela relatando su visión, su experiencia, sus decisiones en la misma encrucijada.
En el montaje dirigido por Andrea Segura la abuela está interpretada por una rotunda, tierna y carnal Isabelle Bres, la madre por una elegante, melodramática y magnética Elena Fortuny, y la Blanca presente, la que se enfrenta al actual problema, por una clara, expositiva y seria Laia Alberch. La puesta en escena se acoge a la onírica que subyace en el texto proponiéndonos un espacio neutro, sin identidad, habitado de escaleras que invitan a recorridos de lo inconsciente: una escalera que cae del techo, otra que tiene un recorrido horizontal, una escalera de mano que parece hablarnos de las obras cotidianas de cada día y de un tope en el ascenso y, finalmente, la escalera del trapecista, aquella que pendula sobre el vacío y que es la imagen final de la propuesta escénica. La directora nos apunta a entender las tres voces como una sola gracias a recursos sutiles como la repetición de frases de una a la otra. También hay una búsqueda de tono donde las coloraturas de los tres personajes se empastan principalmente en el contrapunto del sentido del humor y en una rítmica muy bien conjuntada.
Dentro de las actividades paralelas a la representación el público pudo compartir sus experiencias, las emociones suscitadas a través de la obra y las evocaciones que despertaba en un coloquio que sumaba al autor, a la psicoanalista junguiana Sílvia Tarragó, a la traductora y professora titular de literatura portuguesa Elena Losada, al psicólogo especialista en constelaciones familiares y bioenergética Carles Àvila y a la catedrática de literatura alemana e investigadora Marisa Siguan. El coloquio fue una afirmación de cómo estos espacios de encuentro entre el público y los creadores posibilitan la expresión de una riqueza a la que merece la pena dar cabida. La diversidad de intereses y puntos de vista de los ponentes hizo que varias cuestiones salieran a la luz en relación a la obra, tales como “la espera” y la “autoficción” como temas recurrentes de la literatura, especialmente la escrita por mujeres, la culpa y la redención o aspectos estáticos y dinámicos del complejo materno. Fue interesante comprobar las distintas lecturas e impactos que la obra generaba. Fue sobre todo estimulante escuchar algunas apreciaciones sobre el proceso creativo que compartió el autor. Con una exposición cercana, sencilla y teñida de humor, Albert Tola abrió al público el camino de su tranajo en este texto, sus intuiciones, sus decisiones, su apuesta por una no literalidad que permitiese a los personajes y su historia respirar y volar en distintos círculos de resonancia, de evocación. Por la emoción que el público expresó y por el éxito de las funciones parece que hay parámeros objetivos de que ha conseguido una función extraordinariamente teatral explorando una dramaturgia no convencional. Esperemos que pronto se reponga y siga teniendo una feliz vida en muchos escenarios.
Eva Hibernia